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respuesta fue que eran coherentes con la
realidad latinoamericana, pero carecía
de elementos como que la política ma-
croeconómica estabilizara los ciclos y
corrigiera la “tremendamente desigual”
distribución del ingreso en la región.
Pero cuando los nuevos dictáme-
nes tampoco lograban el objetivo, re-
señó Stiglitz, se agregó un nuevo nivel
de reformas que tocaba los niveles
institucionales.
“El Consenso de Washington había
ignorado las fallas del mercado, viendo al
gobierno como el problema y propo-
niendo repliegues de gran escala en la
participación del Estado”, dijo.
El economista indicó que, tardía-
mente, se reconoció la necesidad de
mejorar al Estado, y el hecho de que
muchos de los países en los que no se
estaba dando el desarrollo “no padecían
de demasiado gobierno, sino de de-
masiado poco gobierno”.
El director del Programa Estado de la
Nación, Miguel Gutiérrez, destaca este
punto en el contexto centroamericano,
en el que habían aparatos estatales muy
frágiles, lo que generó “grandes estragos
en estos países, sobre todo por debilitar
Estados que de por sí ya eran débiles”.
Con el escenario de la última crisis
internacional, Gutiérrezmanifiesta que la
relación Estado-mercado se está reva-
lorando de otra manera: “El Estado cier-
tamente es indispensable para mantener
al mercado. Y esa es la enseñanza más
importante a estas alturas del partido”.
Para muchos, la crisis en Estados
Unidos ha sido la vitrina que muestra
que cuando los mercados funcionan a su
libre albedrío, sin una debida regulación,
los resultados pueden ser bastante ca-
tastróficos, tal como lo señala el pre-
sidente del Banco Central de Reserva de
El Salvador, Carlos Acevedo.
Otra variable, apuntada y criticada
por Stiglitz, ha sido que en el marco del
Consenso se pedía a los países tener
buenas instituciones, pero no se les decía
cómo crearlas.
Como parte de la condicionalidad
impuesta para recibir préstamos, apunta
que se les dio a las naciones plazos
acotados para reformar sus programas de
seguridad social, para privatizar o mo-
dificar los estatutos de sus bancos cen-
trales con la finalidad de efectuar re-
formas que las democracias de muchos
países industriales ya habían rechazado.
No se reconoció que al plantear tales
exigencias se ponía a las instituciones
públicas en una situación de resolución
imposible, en la que si no cumplían,
perdían credibilidad; y si accedían, tam-
bién, ya que parecía que simplemente
seguían las órdenes.
Y cuando las reformas fracasaron en
el cumplimiento de lo prometido, agrega
Stiglitz, tal como sucedió en un país tras
otro, los gobiernos volvieron a perder
credibilidad. Así, afirma, las debilidades
de las instituciones públicas fueron cau-
sadas en parte por las instituciones de
Washington.
El problema, para los analistas es que
muchas veces las privatizaciones y las
liberalizaciones se tomaron como fines
en sí mismos y no como medios.
El Consenso de Washington pasó de
ser un simple conjunto de reformas a un
“grito de batalla en los debates ideo-
lógicos” en la región, concluyó el propio
Williamson. El decálogo llegó a ser para
unos un reflejo del neoliberalismo puro;
y para otros, el conjunto de políticas que
siguen colectivamente las instituciones
que asesoran a los países en desarrollo.
Entonces, al haber adquirido sig-
nificados tan dispares, el mismo re-
dactor del Consenso propuso a prin-
cipios de la década pasada eliminar del
vocabulario la expresión “Consenso de
Washington”.
Para muchos, ahora el Consenso re-
presenta un debate obsoleto y estéril; sin
embargo, sus aplicaciones y resultados en
la región formanparte de la base histórica
con la que esta entró al nuevo milenio.
Nuevosvientossoplan
Los vientos que soplan en la economía
100 •
El Economista
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Abril - Mayo 2012
PODER
CONSENSODE
WASHINGTON
Ahora, dos décadas después del surgimientodel ConsensodeWashington, las instituciones financieras in-
ternacionales señalan la autonomía de los gobiernos para diseñar sus planes y estrategias de desarrollo.