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eatriz sabe de crisis. Tiene 30 años, dos hijos
y es madre soltera. Hasta 2008 era empleada
de una productora de textiles en una zona
franca de SanMarcos, al sur de San Salvador. La
crisis tumbó la demanda de ropa y con ella
acabó su empleo.
Los últimos tres años no han sido fáciles para ella. El golpe
que generó la debacle financiera en Estados Unidos trajo duras
ondas expansivas para su familia.
El cuadro de Beatriz y su familia es uno de cientos
provocados por uno de los episodios más turbulentos de la
historia económica reciente y que se repite, con diferentes
matices, en Centroamérica.
Sin materias primas qué producir y con una estrecha
relación con Estados Unidos, el contagio de una crisis no viene
por una sola vía: afecta exportaciones, inflación, remesas,
inversión y empleo, y los gobiernos solo tienen como escudo un
estrecho margen fiscal para tratar de contener los problemas,
sin que esto represente hacer recortes de inversión para
programas sociales.
Ese balance se convirtió en un dolor de cabeza para los
ministros de Finanzas y Hacienda de la región, funcionarios a
cargo de entidades con índices de carga tributaria por debajo
del promedio latinoamericano.
Al fragor de la crisis, los préstamos con la banca multilateral
fueron un salvavidas para activar planes contracíclicos y
programas subsidiarios. A su favor estaba un lustro de
crecimiento económico modesto y una deuda relativamente
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