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P
ara soportar al bloque económico más grande del mundo, la Unión
Europea (UE), se necesitaba una moneda de fortaleza titánica: el euro. El
proyecto, que venía ensayándose desde 1979 con el ECU, cobró vida el 1º
de enero de 2002. Pero luego de una década de momentos brillantes y
modelo ejemplar de integración monetaria, el euro ha terminado como la
divisa de la torre de Babel.
Las crisis de deuda de las naciones europeas amenazan con arrastrarlo. Para unos,
es un mal trago del que no solo se repondrá la moneda, sino que sentará las bases de
una integración europea más sólida; para otros, atravesará un hundimiento semejante
al del buque Costa Concordia.
Las monedas obedecen a la ley de oferta y demanda. Mientras exista público por
adquirir euros —llámese ciudadanos, empresas, inversionistas o gobiernos—para el uso
diario, transacciones comerciales, invertir o guardar reservas, la moneda será más
sólida. Eso, siempre y cuando los bancos centrales guarden el equilibrio y no den rienda
suelta a sus impresoras de billetes.
Por eso, las impagables deudas de Grecia, Portugal, Italia, España... y los demás
países europeos que se suman poco a poco a la lista siembran dudas con respecto a la
sostenibilidad de la eurozona. Si el desequilibrio se rompe y llega a un punto de no
retorno, el mundo perdería a una de sus monedas refugio.
“El fin del euro sería un cataclismo. El euro es una moneda de reserva. ¿Qué
significaría eso para la estabilidad política y financiera?”, reflexiona David Riley, jefe de
calificaciones soberanas de la agencia Fitch Ratings.
El euro transita en una tendencia bajista en el último semestre con respecto al dólar,
pues su tipo de cambio pasó de $1.4400 a tocar $1.2620 el último año, su punto más
bajo, al cierre de esta nota.
En ese contexto, el dólar se fortalece como el cobijo por excelencia. A pesar de
que el entorno económico en Estados Unidos no es el más entusiasta, sí tiene
mejores perspectivas que la UE, incluso que Japón —golpeado por el tsunami en
2011— y China.
La volatilidad en los tipos de cambio marcará la pauta en los próximos meses,
coinciden la mayoría de analistas. Centroamérica debe prepararse para tres escenarios
y todos con la mirada puesta en Estados Unidos.
El primero contempla que un contagio de la crisis de Europa podría afectar a los
estadounidenses y, por extensión, a la economía real del istmo; el segundo, más
favorable, espera que la economía estadounidense levante cabeza y el dólar se
fortalezca, pero reduciría los precios de los “commodities” que exporta la región; y el
tercero es que la tendencia se mantenga en una lenta recuperación.
Centroamérica aún posee margen de maniobra, dice Walter Martínez, socio de
consultoría de Deloitte: “No hemos experimentado fuertes movimientos de las
monedas como ocurrió en Estados Unidos y Europa, ni tampoco fuertes desequilibrios
de las economías derivados de una fuerte volatilidad en los términos cambiarios, lo cual
es un éxito dado el contexto internacional que estamos viviendo”.
El Economista
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Febrero - Marzo 2012
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